En contextos cotidianos siempre decimos que las palabras tienen poder; lo decimos especialmente cuando queremos que algo bueno llegue a nuestras vidas como por ejemplo que nos den un puesto de trabajo que queremos, la llamada de ese ser amado, un contrato que tanto anhelemos o hasta que nos ganemos el baloto… Sin embargo, en el transcurso de los años en mi consulta, he notado que muchas personas cuando llegan a contarme sobre su dolor utilizan algunas palabras, que, aunque para mí puedan sonar “exageradas”, intento colocarme en sus zapatos para tratar de entender lo que puede estar sintiendo esa persona. Voy a contarles algunas de las palabras que me han dicho: -“Tengo una piquiña en los pies que me provoca despedazarme” -“Siento una varilla que me atraviesa detrás de la rodilla y no me deja mover” -“Tengo un dolor en la espalda que siento que me martillan” -“Tengo un cuchillo atrás” -“Tengo puntillas en los pies” -“Siento que se me destroza el pie” -“Siento que se me está despedazando la carne” -“Siento que se me raja el pie” -“Ese dolor nunca se me va” -“Estoy condenada a sentir dolor” Bueno, creo que para muchas personas leer esas palabras generará emociones diferentes, para algunos, desagrado, para otros, incredulidad; pero en general serán sentimientos que nos hará fruncir el ceño, latir más rápido el corazón o incluso nos dará nauseas. Entonces, me pregunto, ¿será que a esas palabras también les damos poder?, si estamos constantemente repitiéndonos que tenemos “el peor dolor de la vida”, y dejando de hacer actividades por este motivo como ir a trabajar, hacer las compras, jugar con nuestros hijos o hacer ejercicio, estamos perpetuando el dolor al evitar actividades que nos pueden generar placer y por lo tanto generando mayor aislamiento, aumentando la ansiedad y empeorando la depresión. No se trata de negar nuestras sensaciones, ni se trata de fingir felicidad todo el tiempo, de hecho, dentro de los abordajes en el manejo del dolor está el reconocimiento mediante la atención consciente de los pensamientos que tenemos cuando sentimos dolor para lograr transformar esos pensamientos y poder sobrellevar esas crisis de dolor. Cambiar hábitos y generar rutinas tal vez sea lo más difícil para el hombre, sin embargo, esto no es imposible. Podemos iniciar con pequeñas acciones. Por eso hoy te invito a que intentes lo siguiente la próxima vez que tengas dolor: Busca un sitio tranquilo donde te puedas sentar, respirar profundo un par de veces para intentar calmar tu mente y dirigir tu atención al área de tu cuerpo donde estas experimentando dolor; intenta observarlo de la forma más objetiva posible e identificar su localización precisa. De acuerdo con el mindfulness cuando nos relacionamos con el dolor y no juzgamos esta sensación, la relación con este cambia y se convierte en algo más manejable, la experiencia sensorial puede seguir presente, pero se disminuye el sufrimiento. También puedes intentar utilizar palabras que disminuyan el poder de tu dolor, por ejemplo: -“Hoy me siento menos cómodo de lo que quisiera estar” -“El dolor me acompaña, pero disfrutaré de mis hijos” -“Voy a cambiar la forma en que hago mi trabajo o las compras, pero sigo siendo productivo” – “Iniciaré esta rutina de ejercicio, no será fácil al principio, pero tengo confianza que poco a poco aguantaré por más tiempo”. Cuando le demos poder a esas palabras, notaremos como poco a poco podremos ser más funcionales, cómo podremos iniciar actividades que aumenten nuestros niveles de hormonas que nos hagan disfrutar de los pequeños eventos de la vida. Podremos notar el dolor sin juzgarlo de una manera muy fuerte, podremos notar una pequeña motivación para tomar acción.
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